Junto con su compañero Michael Hascher y un equipo de constructores y operarios de mecanizado, se puso a trabajar en ello... y se encontró con tres grandes retos.
En primer lugar, había que confirmar las dudas de los expertos en vuelos espaciales: el diseño debía adaptarse para que los componentes pudieran fresarse. "Siempre trabajamos con grosores muy finos, porque en astronáutica cada gramo cuenta", explica Flieher. Esto resulta evidente si se tienen en cuenta los costes de transporte a la Luna, que no bajan de los 800 000 euros por kilogramo.
En segundo lugar, el plazo de apenas dos meses para la fecha de entrega era sumamente corto. Esto no es nada nuevo en astronáutica. De hecho, la NASA tuvo que trabajar bajo una presión enorme cuando el presidente John F. Kennedy anunció su intención de hacer llegar la humanidad a la Luna a finales de los años sesenta a más tardar.
En tercer lugar, los larguísimos procesos de producción de hasta 14 horas debían cubrirse con el personal existente, aun teniendo llena la cartera de pedidos. "La única forma de hacerlo era aprovechar las horas nocturnas y el fin de semana mediante nuestra propia automatización", dice Flieher. "Esta consiste en la combinación del robot de montaje con el StateMonitor de HEIDENHAIN, que informa activamente sobre el estado de las máquinas".